lunes, 18 de octubre de 2010

Pedes in terra ad sidera visus (los pies en la tierra, la vista en el cielo)

Algo que escribí hace tiempo ya y que ya no me importa mucho, compartir con el mundo.
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- ¡Tiiiii, tiiiii!- El desagradable ruido del despertador invade mi habitación. El reloj marca las siete de la mañana y yo me desperezo frotándome la cara y bostezando, luchando contra las sabanas que no me quieren dejar ir. Tú aún duermes; al sonido del radio reloj sólo te giraste. Acaricié tu pelo y te mandé una sonrisa que nunca recibiste.
Puse en pie mi cuerpo desnudo, apurándome para llegar a la cálida ducha. El agua recorre mi cuerpo diciéndole que debo estar más alerta y debo dejar de soñar. Al salirme espera el frío terno, pero me hace feliz porque me veo bien en él; también, me hace feliz el queso humeante y derretido en mi pan de la mañana. Así, con mi rutina matutina completa, cierro la puerta de nuestro hogar no sin antes lanzarte un beso y desearte el mejor día de tu vida.
Aún tengo tiempo y prefiero caminar, siempre, no hay mejor forma de llegar a destino que con tus propios pies. Pero, mi ideal fantasía  se rompe cuando consulto mi reloj y me recuerda que no debo volver a llegar tarde. Subo al micro; dada la hora esta repleto, pero yo estoy solo, el resto no existe. Esa habilidad la aprendí cuando pequeño, en que ciertas personas me dejaron solo, sólo convivía con mi imaginación. La cosa es que después de un buen rato llegue al liceo, ansioso por hacer lo que me gusta. Las clases sobre Platón, Aristóteles, Kant, me excitan de sobremanera, me recuerdan que somos muchos los que buscamos (y buscaron) la felicidad, ahora siento que la tengo y que aun me falta abrazarla, por lo menos eso creía.  Después de tratar de hacer abrir lo jóvenes ojos de mis alumnos con pensamientos acuñados hace miles de años y con el propósito de que ellos logren tener y construir los suyos propios; descanso, miro hacia el cielo y sueño. Recuerdo como para Kant su felicidad era irse a vivir sin nadie más que él mismo, en un lugar apartado para no dañar a nadie ni ser malo con nadie y que nadie le pueda hacer daño, y pensaba que no me importaría estar solo, sólo con ella, porque ella me enseñó a pensar en otros, en que juntos podemos construir algo mejor, más grande, más ambicioso. Ese era mi nuevo ideal, después de muchos años creyendo que desde mi solitaria posición podría lograr lo que quisiera porque no tendría que arrastrar a nadie.
Regreso a casa, aún no vuelves, eso significa que llegarás cansada, lo entiendo, te espero, siempre te esperaré aunque no lo quiera. Para ganar tiempo te preparo lo que te gusta, quizás no soy bueno con las palabras, pero me gusta cocinarte. Se hace muy tarde y me tiro en la cama mientras enciendo el televisor. Tu comida ya esta fría, y el cansancio mental de tanto pensar me hace sucumbir y duermo. Entre sueños oigo que llegas y revuelves los platos, comes y te acuestas. Yo quiero saludarte, abrazarte y quererte, pero el letargo no me deja, son las sabanas que esta vez ganan la batalla.
- ¡Tiiiii, tiiiii!- Nuevamente el chillido me pone en pie, pero esta vez es distinto, como que mi cuerpo no me deja levantarme, no quiere  quebrar la quimera en la que estoy absorto, pero lo hago. Algo aprieta mi pecho y pronto descubro qué es. No estás a mi lado, es raro que esto pase, y me entra una preocupación súbita. Pero me auto convenzo de  que no es nada importante y retomo mi rutina matinal, pero le agrego al ritual una llamada telefónica a ti. El breve timbre acaba con una voz que me dice que tu celular esta apagado o se encuentra fuera del área de cobertura; ¡qué estupidez! Tendrías que estar perdida en el desierto para que eso ocurriera, así que es más que claro que no está encendido. Cierro la puerta y pienso en ti, te vuelvo a desear que sea el mejor día de tu vida.
Nunca había demorado tanto en encontrar la llave, hacerla entrar y girarla, el presentimiento era horrible, no sabía que pensar. Logro abrir la puerta que se había tornado en el más intrincado puzzle de la vida (cómo todo se hace más difícil cuando de verdad lo queremos). Las habitaciones olían a soledad, ya no era un hogar, ahora era solo una edificación destinada a la habitación. Lo único que dejaste fue una nota, mis ojos solo pasaron por las letras temblorosas y sortearon las lágrimas que habían corrido algunos caracteres. Lo único que recuerdo es que me pedías perdón por marcharte, pero ya que no era lo mismo, que debía despertar del sueño continuo que, como sueño, era demasiado hermoso, pero como realidad nunca tuvo intenciones de nacer… lloré, lloré y lloré.
Mi pensamiento era ágil y no paso mucho tiempo para descubrir algo, descubrir que el despertador nunca me despertó, descubrir que esa agua que recorría mi ser nunca me puso en alerta; descubrir el porque todos mis amigos filósofos nunca supieron nada de la vida. Tuve una dura pelea, ya no hablaría más con ellos. No consultaría más sus anécdotas, y las de ninguno. Improvisé una cuerda con las sabanas, las mismas que tampoco me dejaron salir del trance hipnótico, las puse alrededor de mi cuello y me acerqué al balcón dispuesto a saltar. Me temblaban las manos y no entendía el por qué, ya que mi corazón haba dejado de latir y claramente mi cerebro había dejado de funcionar. Nunca imagine que me iba a decidir a hacer lo que estaba por hacer.
Puse mis pies en el borde, y los talones no me dejaban cometer la cobardía que esta por consumarse. En un momento me sentí libre, en el mismo instante en que el viento acarició mi cuerpo como pidiéndome que me arrepintiera, pero en ese momento ya nada valía la pena. Decidí abrir mi mente y volver a pasear por mis recuerdos, buenos y malos. Pasear por lo aprendido en los años y por lo que añoraba por aprender. Me detuve en un día en especial, en una tarde, en un momento, y te vi con una rosa amarilla en tu pelo. Recuerdo muy bien que cayó una lágrima de mi ojo derecho y recorrió mi mejilla, yo pensé en ese momento que era por una reacción al smog o alérgica, pero recién ahora entendí que mi alma agradecía el poder haberte visto. Dudé un momento, y recordé todos los planes, todos los castillos creados en el aire y entendí lo que una vez San Agustín le dijo a sus estudiantes: “Pedes in terra ad sidera visus” (Los pies en la tierra, la vista en el cielo). Volví a llorar. Pero, a pesar de lo reflexionado, a pesar de lo recordado y aprendido, algo debía morir, y salté…
Los sedantes me tenían atontado, sin embargo, no necesitaba sedantes para darme cuenta lo tonto que fui. Alguien me vio llegó a tiempo y me sacó del precipicio en el que me había lanzado. Decidí poder hacer algo por mi vida y por la de los demás y soñar en mis metas y anhelos, queriendo hacerlos posibles, trabajaría para ellos. Efectivamente, algo murió ese día en mí, no se si para bien o para mal, pero esa vez sabría darme la oportunidad de no volver a cometer la cobardía de escapar de mis problemas, ni solucionarlos con cosas que jamás pasarían, sino un poco de ambos. Me senté en la camilla y una rosa amarilla adornaba mi velador, y lo agradecí porque me pude despedir.